“Sin planificación, no hay entrenamiento”. Con esta afirmación comenzaré a argumentar mi idea, “para poder mejorar, en un proceso de entrenamiento, sea cual sea el objetivo, a parte de otros parámetros (que mencionaré más adelante en el texto), deberemos tener en cuenta que dicho proceso debe estar organizado y adecuado al nivel del deportista, siendo flexible y ajustándose a los procesos de evolución (o a veces involución), que se producen en la temporada propuesta”. La primera gran diferencia que existe, para tener en cuenta cómo abordar individualmente una preparación, es conocer el nivel del deportista a asesorar. Para mí, la división básica es, por un lado, el deportista profesional, con capacidad y recursos para desarrollar las sesiones en el orden e intensidad propuestas, y por otro lado, el deportista popular con ocupaciones laborales y personales, que independientemente de su nivel debe lidiar con “el día a día” para encajar el calendario propuesto.

Debemos de tener en cuenta, que tal como expongo anteriormente, el proceso de mejora no solo se sustenta en la organización y carga de las sesiones. Hay dos aspectos claves para ayudar a asimilar esa carga y que generan el triángulo perfecto: alimentación y descanso. Ambos conceptos han de ser incluidos y gestionados de manera transversal en la preparación, incluyéndose y adaptándose al tipo de sesiones y preparación propuesta y a cada momento de la misma. No existen fórmulas infalibles, no hay un mismo planning para dos personas distintas. Hay individualización, evaluación continua, mucha comunicación y una pizca de intuición.

Para comenzar cualquier proceso, un entrenador debe:

  • Conocer la disciplina.
  • Conocer al deportista.
  • Ser experto en procesos de adaptación (prescribir el entrenamiento y evaluar su efecto).
  • Conocer los métodos de entrenamiento.
  • Conocer la planificación de cargas.
  • Usar métodos de control.
  • Tener canales de comunicación efectivos con el deportista.

Algunos otros atributos más que debe tener un preparador completo son: conocimiento de la tecnología, nutrición, biomecánica, empatía, psicología, prevención de lesiones, puesta a punto, técnica y estrategia. Reunir estas cualidades en una misma persona es poco probable, por ello, estar rodeado de un buen grupo de trabajo que te ayude en los aspectos en los cuales el entrenador no sea experto, es una manera de conseguir un asesoramiento lo más integral posible para dar solución a todos los pequeños problemas que puedan ir surgiendo a lo largo de este proceso.

Una vez bien definida la figura del entrenador, buscaremos cuáles son los principios básicos del entrenamiento: “continuidad, progresión y sobrecarga”, son conceptos globales a tener en cuenta dentro de la periodización elegida, “volumen, intensidad y densidad”, serán los encargados de afinar la unidad más pequeña de entrenamiento (la sesión). Para elegir qué modelo de entrenamiento asignar a cada preparación, debemos evaluar la competición, el nivel del deportista y el tiempo que tenemos para preparar dicho objetivo. Algunas alternativas serán la periodización tradicional, contemporánea, polarizada o cargas concentradas, todos ellas, se dividirán a su vez en ciclos e incluso podrán usarse combinadas dependiendo de la situación. Definir un objetivo consensuado, acorde al deportista, es la clave para que la preparación llegue a buen puerto. Éste debe ser alcanzable, pero a la vez suponer un reto y debe ser medible.

El verdadero protagonista de todo lo hablado hasta ahora es el deportista y por ello lanzo esta cuestión. ¿Qué tanto por ciento del éxito es del entrenador y cuál del deportista? Es decir, un deportista que consigue su objetivo (sobre todo en el ámbito profesional) lo consigue gracias a lo que hace/hizo o a pesar de ello. Teniendo en cuenta todo lo mencionado anteriormente, cualquier deportista tiene un ambiente a su alrededor (familia, trabajo, amigos, relaciones personales…) todo ello, debe estar balanceado si queremos conseguir un rendimiento adecuado. El porqué es sencillo. La cabeza es capaz de convertir cualquier resultado en negativo o positivo según la capacidad que se tenga de ponerlo en perspectiva. Realizo un inciso para realizar una división que también me parece básica (además de la antes mencionada), ya que no es lo mismo entrenar a una mujer que a un hombre, y con esto quiero dejar claro que no es mejor o peor, sino diferente. Uno de los entrenadores referencia en el ámbito femenino es Alberto García Bataller y acostumbra a decir que una mujer son 4 deportistas distintos en cada mes. A mi modo de entender tiene razón, pues todo gira entorno a la menstruación, ya desde la adolescencia, en la cual ellas desarrollan las capacidades con mayor precocidad que los hombres. Es ahí donde comienzan las diferencias, por ello afirmo que entrenar a una mujer y entrenar a un hombre aunque sean similares en edades, capacidades y disciplina deportiva es muy distinto.

Para resumir todo el contenido e intentando simplificar un proceso, a mi modo de ver complejo, en cualquier protocolo de entrenamiento debería ir de lo general a lo específico, evaluando inicialmente deportista (también de manera cíclica) y disciplina deportiva. Limitando al máximo la carga que no sea necesaria, dejando cierta libertad al deportista tanto para compartir sus sensaciones, como para poder tener cierta capacidad de decisión en determinados puntos de la preparación. Siempre es más motivante sentirse parte activa del proceso que un mero ejecutor. Construir un binomio, basado en la confianza, la empatía y con comunicación fluida, permitirá acercarse al éxito.